jueves, 1 de diciembre de 2011

Mis clientes de Vino: los Amorfos


Al final del artículo anterior les comentaba acerca de un tipo de cliente que los colegas lo bautizamos como amorfo. Nos referimos a aquel que selecciona cualquier vino con cualquier plato, sin importarle el servicio que se le hace. O sea, le da lo mismo una cosa que otra.
¿Un vino blanco con solomillo de res? Venga. ¿Un Burdeos 1989 sin decantar? Perfecto. En realidad es el cliente más simple, o mejor simplón, de todos.   Para muchos resulta divertido pero detrás de esa diversión aflora una inconformidad por el cliente que no deseamos. Es el que bebe vinos sin apreciarlo, sin distinguir sus cualidades organolépticas, sin disfrutar la magia que se establece entre bebida y alimentos. Y lo peor, no sabe aquilatar la figura del sommelier. Para él es una profesión desconocida en esencia, evitable e inútil.
Más que seguir con sus juegos de mesa, es nuestro deber educarlo. Al atenderlo, mal pensamos que no merita un esfuerzo mayor. Todo lo contrario. Es a este con el que debemos tener una participación más evidente y explorar su lado más sensible para utilizarlo como brecha por donde penetrar hacia su educación.
Puede ser preocupándonos por su salud, parte neurálgica de cualquier ser humano. Desde este ámbito, hablar brevemente acerca de los efectos del vino tinto y la salud puede despertar su interés.  Otro ejemplo puede ser despertando la atención de amistades y acompañantes cuando describimos aromas y sabores en los vinos. Este lado social del asunto, importante también en cuanto a relaciones interpersonales, puede ser de su provecho e incidir en el cambio de actitudes en  mesa.
Estoy convencido de que el objetivo principal de un cliente no es recibir clases en un restaurante. Va a satisfacer una necesidad  de alimentación y a compartir socialmente con sus invitados. Pero el sommelier nunca debe dejar de incidir educacionalmente en el comensal, explícita o   implícitamente.
La pregunta de si se sienten satisfechos a mitad de cena no debe ser un cliché sin sentido, solo para demostrar una cortesía elemental. Es hacerle entender a los comensales, particularmente al amorfo,  que el sommelier está preocupado y ocupado por la satisfacción de sus clientes, razón máxima de cualquier profesional de la restauración. La sinceridad de la respuesta  permitirá valorar si ya empieza a coger formas, rústicas pero esperanzadoras. Si repite su visita al lugar donde trabajamos es que se deja someter al tratamiento.
La amorfidad tiene que ser curada. La razón no recae en un capricho profesional. Está en ubicar en tiempo y espacio a un cliente raro en el mundo actual.   

1 comentario:

  1. Estos clientes suelen ser los mas simpaticos en ocaciones,y con el tiempo van aprendiendo ,gracias profe por sus buenos consejos.

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